miércoles, 26 de mayo de 2010

Tiempo ordinario


En el año litúrgico, llamamos tiempo ordinario al tiempo que no coincide ni con la Pascua y su Cuaresma, ni con la Navidad y su Adviento.Son treinta y tres o treinta y cuatro semanas en el transcurso del año, en las que no se celebra ningún aspecto particular del misterio de Cristo. Es el tiempo más largo, cuando la comunidad de bautizados es llamada a profundizar en el Misterio Pascual y a vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días. Por eso las lecturas bíblicas de las misas son de gran importancia para la formación cristiana de la comunidad. Esas lecturas no se hacen para cumplir con un ceremonial, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las circunstancias de la vida.El Tiempo Ordinario del año comienza con el lunes que sigue del domingo después del 6 de enero y se prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma; vuelve a reanudarse el lunes después del domingo de Pentecostés y finaliza antes del Domingo Primero de Adviento.
Las fechas varían cada año, pues se toma en cuenta los calendarios antiguos que estaban determinados por las fases lunares, sobre todo para fijar la fecha del Viernes Santo, día de la Crucifixión de Jesús, a partir de ahí se estructura todo el año litúrgico. El color litúrgico es el verde.

Pentecostés fiesta de los creyentes






Pentecostés, la fiesta de los creyentes, ¿y cómo creeríamos en Jesucristo sin la presencia del Espíritu en nosotros?
"Cuando llegó Pentecostés estaban todos reunido en un mismo lugar".
Con las puertas cerradas. Tenían miedo. Oraban. Se sentían solos.
Esperaban la visita del Espíritu.
"Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo".
Se abrieron las puertas y sus bocas para hablar de Jesús.
Ese día Jerusalén presenció la primera y más gloriosa manifestación de su historia.
Pentecostés no es la voz del hombre sino la fuerza del Espíritu.
No es el testimonio del hombre sino el testimonio del Espíritu a favor de Jesús.
Pentecostés, fuego que quema lo viejo y nos hace nacer a lo nuevo.
Pentecostés, viento huracanado que se lleva lo viejo y nos visita con lo nuevo, la vida y la gracia de Dios.
El Pentecostés de los apóstoles lo hemos escuchado muchas veces. Ellos lo vivieron en plenitud y gracias a ellos nosotros lo vivimos también hoy.
Hoy, es nuestro Pentecostés.
Reunidos para que el Espíritu Santo abra nuestras puertas cerradas, abra las prisiones que nosotros hemos hecho. Tú eres una prisión y el carcelero que guarda las ofensas que no puedes perdonar, los miedos que no puedes vencer, los ídolos y supersticiones que nos quieres botar, la carne, prisión secreta en la que vives a gusto. Tú, el carcelero de tus propias debilidades.
Hoy, recibimos el Espíritu de Jesús para abrir la puerta y llenarnos del viento fresco y del fuego que quema todo lo que guardamos en nuestra cárcel.
1. Recibir el Espíritu Santo es tener poder para perdonar. La presencia del Espíritu en nosotros es poder de perdonar. Él quema mis pecados y en esta limpieza puedo hacer lo mismo.
2. Recibir el Espíritu Santo es tener poder para cantar las hazañas de Dios. El nos da la valentía y nos enseña el mensaje. No tenemos que inventar nada.
3. Recibir el Espíritu Santo es vivir la unidad. Nos necesitamos los unos a los otros porque nadie tiene todos los dones del Espíritu.
4. Recibir el Espíritu Santo es dejarse conducir por Él.
5. Recibir el Espíritu Santo es ser instrumentos suyos.
San Pablo, hombre del Espíritu, nos recuerda que el Espíritu distribuye dones diferentes a cada unos de sus servidores.
Los dones que el Espíritu nos da no son para nuestro lucimiento sino para el bien de todos, para la edificación de toda la iglesia.



La Iglesia nunca estará terminada si nosotros enterramos nuestros dones…y si no colaboramos con el arquitecto.